Finalizó el show de Lille y tuvimos que preparar todo de forma rápida para iniciar viaje directamente a Londres.
Noctem y Hate y la crew preparados para iniciar un largo viaje en la noche francesa y cruzar en barco el Canal de la Mancha. Iniciamos nuestro camino desde Lille al puerto de Calais, donde una vez nos ubicamos tuvimos que pasar un control de aduanas bastante estricto de la policía británica que registró a fondo los dos vehículos que llevamos y revisó exhaustivamente nuestra documentación. En cierto modo es normal, con todos los acontecimientos que han sucedido todos estos meses anteriores.
Con el cansancio acumulado y tras las gestiones pertinentes para recoger nuestros billetes del ferry que cruza el Canal de la Mancha, tuvimos la mala fortuna y mala pata de salir del parking habilitado para hacer las gestiones e ir a parar de nuevo al control de pasaportes de la policía británica, que a pesar de conocernos y habernos visto pocos minutos antes, volvió a hacer el mismo trámite de registro, vamos que nos cubrimos de gloria.
La tarea de embarque en el ferry sencillamente es espectacular y ver como lo tienen organizado de forma que los innumerables camiones y vehículos que van dentro del ferry embarcan en perfecto orden, donde los dejamos aparcados donde nos indican los operarios del ferry y los amarran con cadenas para que no se desplacen durante el viaje. Una nueva experiencia que estábamos viviendo en este viaje en el ferry camino de Inglaterra.
Una vez dentro del barco, la opción fue clara, buscar unos asientos o sillones para echarnos a dormir como así fue. Me tumbe en el primer sillón que pillé y hasta que los altavoces del barco no anunciaron que habíamos llegado a Dover, no levanté cabeza, como la mayoría de los integrantes del viaje y eso que unos niños, que pululaban por el barco parece que no pararon un instante de correr y gritar a nuestro alrededor, pero no me enteré, caí por KO.
El desembarque del ferry, otra tarea bien organizada por los operarios y rápida que pronto nos puso en el puerto y dispuestos a conducir al revés, por la izquierda. Bueno, aquí ya fue culpa mía, pero a las 5:30am, sin haber dormido al salir del barco me metí en la cola equivocada para el último chequeo antes de salir del puerto, hasta que me di cuenta que una amable policía nos dio el alto, hasta que llegó otro policía ya menos amable, que nos echó la bronca por salir por el camino equivocado y nos solicitó poco amablemente toda la documentación y nos volvió a registrar exhaustivamente. Cosas que pasan, pero sabíamos que no llevábamos nada raro en los vehículos salvo mucha cerveza y las cosas necesarias para los conciertos.
La salida del puerto de Dover la hice con mucha cautela. Ya había conducido un par de veces en Irlanda e Inglaterra, pero nunca tanta distancia o sin descanso como en esta ocasión. Eran las seis de la mañana y no tuvimos que recorrer muchos kilómetros en nuestro camino a Londres para empezar a vivir las enormes caravanas de Inglaterra. El cansancio se hacía más que evidente y tuvimos que parar para echar un último café antes de entrar en las complicadas calles de Londres. No sé qué
haríamos sin el GPS, porque en Londres no es fácil conducir.
Tras superar un par de incidentes con las barreras que nos encontrábamos en algunas calles que no permiten circular a vehículos de una determinada anchura, llegamos a nuestro destino, un hotel por la zona de Wembley Stadium, que por una estúpida norma no nos dejó hacer el check in hasta media mañana, por lo que decidimos darnos una vuelta por la zona para vivir la vida de la capital británica.
Disfrutamos de un típico desayuno inglés con esos huevos fritos, chorizo, pan tostado y ese café infame que es agua chirri, que ni es café, ni es nada, antes de salir a darnos una vuelta por los alrededores del espectacular Wembley Stadium. Para mi que soy futbolero y militante, un estadio mítico donde los haya, siempre con permiso del Vicente Calderón. Mi compi de batallas, el Number One, me llevó al mítico recinto del Wembley Arena, donde algún concierto hemos vivido y uno de los también emblemas míticos de la música actual. Los alrededores, una populosa zona comercial, llena de vida y que se asemejaba a cualquier centro comercial de las ciudades en España.
Por fín, después de cuatro intentos, logramos que el poco amable recepcionista del hotel nos hiciera el check in y pudiéramos al menos echar un rato de descanso antes de irnos a la faena a la sala de Londres. Nos costó pero lo conseguimos, pero desde luego a ese señor no le pagan por ser amable.
Como si de una siesta mañanera se tratase, logramos descansar un rato antes de iniciar nuestro camino a la sala de Londres, la Boston Music Room, una sala antigua anexa al típico pub inglés, pero equipada a la perfección para un concierto, con un equipo de sonido moderno e instalaciones muy cuidadas. Javi, mi compi, me comentó que justo en el piso de arriba de esa sala está The Dome, donde estuvo pocos días atrás viendo el concierto de sus adorados Obús.
El problema de Londres es el tráfico y el aparcamiento, que locura de ciudad. Cualquier desplazamiento es una odisea y además el aparcamiento es una verdadera odisea. Es más, tuvimos la desagradable experiencia de que nos cascaron una multita de 130 libras por aparcar en una zona para residentes, con lo que pagamos la novatada.
Las ventas del merch estaban siendo buenas, por lo que Hate pidieron más material a su casa discográfica y era en Londres donde tuvimos que ir a recogerlo. Una dirección cercana al puente de Londres, solo a 8km de la sala, se convirtieron en más de dos horas de aventura por las calles de Londres, incluidos los estrechos túneles que cruzan el Támesis. Había conducido en Madrid, Nápoles y ciudades complicadas, pero lo de Londres es para nota.
El show de Londres tenía dos bandas locales que no pude ver por la aventura de recoger el material de Hate, pero llegamos justos para vivir el concierto de Londres que empezó de menos a más, con un público frio de inicio, pero que a medida que fue avanzando el concierto, se unió más con la propuesta de los valencianos que acabaron gustando al personal inglés. Por su parte Hate, son muy regulares y sus shows son parecidos cargados de fuerza y efectividad, convenciendo a sus fans.
El final del concierto fue algo surrealista. Con el cansancio acumulado y las ganas de recogernos, el encargado de la sala nos quería hacer pagar más de 150 libras por la limpieza de seis gotas de “sangre” que le habían caído durante el concierto de Noctem, la sangre que utiliza Beleth para dar más realismo a su show. Una cosa superficial, que se podía limpiar con facilidad, pero que para ellos era un mundo. Una discusión un tanto surrealista, que finalizó con parte de nuestra crew limpiando las seis gotas de sangre con bastoncillos para limpiarse las orejas y dejar los monitores impolutos para satisfacción del personal de la sala. En fín.
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